ayer soñe con una frase para comenzar un cuento. precisamente a las 8:17 la olvide.
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Albatros grises
"Que muera conmigo el misterio que esta escrito en los tigres"
Jorge Luis Borges, La escritura del dios
"No pertenecer es cargar con el peso de uno mismo", pensaba Marcos Cesar, mientras caminaba con una tranquilidad artificial bajo la sequedad y el frio de La Paz. Cruzo el lobby con su tarjeta de acceso en la mano izquierda -pues era zurdo- y subió a su habitación en el séptimo piso. Todo estaba ya ordenado, y a modo de adiós miro por la ventana la masiva urbanidad de la capital andina. Luego tomo sus maletas, se despidio del botones y en la esquina de Merino con Sucre subio a un taxi. Intento sin suerte esquivar la conversación del conductor, y sin mas alternativa, termino por atrincherarse en los monosílabos.
Sorpresivamente arribo al Aeropuerto 21 minutos antes. Sin saber que hacer, y para no levantar sospechas, tomo un café con nutrasweet y compro souvenires. Al rato, por el altoparlante se escucho cuatrocientos cincuenta y uno, y Marcos Cesar entendió que el momento había llegado. "Es el sonido de la Providencia", pensó mientras pagaba 15 dolares por una remera "I (heart) Bolivia". Mientras se alejaba de la zona de tiendas miro con desagrado el "Made in China" escrito en la etiqueta.
Antes de llegar a la puerta de embarque se detuvo. Giro su cabeza para ver si alguien lo seguía, y se encontró, por ultima vez, con su sombra expatriada. "Por Abaroa", dijo en entre dientes, mientras su mente se colmaba de una arrebato trágico y glorioso, que lo llevo como autómata, siguiendo pasos inequívocos y discretos, hasta el lugar 17A del vuelo 4-5-1 de LAN.
Sentado al lado de la ventanilla, se sorprendió con su pasaporte en-mano. Sus ojos - en realidad todo su sistema se detuvo como en stand-by y aunque el documento se encontraba a 23 cms de su rostro, sus sinapsis se lanzaron a través de kilómetros de tiempo suspendido.
En 0,11 segundos, que es lo que Marcos Cesar demoraba en parpadear, se proyecto el cortometraje de una vida, y una historia, de humillación. En Talca estaba junto a su madre querida y queridísima, que lo acostumbro a comer empanadas, omitir las erres y eses y a abusar de los diminutivos. Perra. Mas lejos, extrañamente en cámara lenta, hablaba su padre sobre su amada sierra y lo peligroso de la conexión chilena para su carrera. Héroe. Pero a su madre no le importaban los sentires oficialistas, y sin consultar, armada con sus cuantiosos pesos chilenos, sembró su sangre huasa en La Paz. Compro una casa, como quien instala un cuartel, y se paseo frente a Palacio Quemado, totalmente sorda, ciega y muda a su minusvalía étnica.
La dirigencia, el partido, el estado, el selecto pueblo de los poderosos, no pudo omitir tal invasión, y la chilena y el bastardillo chileno quedaron estampados como una mancha vergonzosa y publica en la vida funcionaria del padre. A 4000 metros de altura, la familia se precipito cubierta en desgracia, hasta caer a nivel del mar. Hasta el subsuelo del escalafón de la ya no tan nueva elite indígena, que perdonaba, con creciente comodidad la corrupción y el gusto por los vinos franceses, pero no olvidaba la gran usurpación. Una cosa es robar por el bien del país de uno, otra es ser hijo del ladrón extranjero.
Ascendió el párpado, se desnudo la pupila y las imágenes ya no eran sepia. Marcos Cesar volvió al avión y guardo su pasaporte chileno en el bolsillo derecho de su chaqueta de lino. Esperar el despegue fue un non-issue y paso los minutos posteriores mirando con inusual interés las instrucciones de la azafata para lidiar con una situación de emergencia. Pasaron unos cuantos minutos para que pidiera un trago. No había vodka. Solo vino chileno y cerveza paceña. Acepto el vino sin antes soltar una carcajada irónica. La azafata ni se inmuto y continuo moviendo el carrito de servicio, mientras Marcos Cesar miraba algo mas nervioso por la ventanilla y dejaba sobre la mesita del respaldo la copa.
Los Divergentes no tenían sustrato emocional. Ni siquiera memoria. Solo se les decía que serian héroes. El resto, los objetivos, el plan, eran enquistados quirúrgicamente en lo mas primitivo de su hipotálamo. Se reemplazaban algunos patrones por otros. Donde antes estaba el acto reflejo de salivación, se quemaban -ese era el nombre técnico- un nuevo condicionamiento. Y así se les enviaba, llenos de gloria y entusiasmo, pero ciegos. El resto era simple: colocarlos en el lugar preciso, a la hora adecuada y esperar que el catalizador -la versión tercermundista de la píldora roja- activara los patrones previamente quemados. En el caso de Marcos Cesar, el catalizador había sido un jarabe para la tos evidentemente adulterado.
En el avión Marcos Cesar difícilmente estaba solo. A su lado, delante o incluso detrás, esperaban sin saberlo otros potenciales Divergentes. Luego de la primera operación se había comprendido que era necesario aplicar redundancia para no repetir otro fracaso. Varios Divergentes en un solo vuelo. Todos aislados, incomunicados. Ninguno consciente de ser parte del engranaje. Sin duda cada uno con buenos motivos. Redimir vergüenzas adolescentes, pagar deudas monumentales, salvar la vida de un padre secuestrado o el peor de todos, amor a la patria. Marcos Cesar se escudo en este ultimo, pero en realidad tenia escrito en toda su frente el primero. Como si le importase a alguien.
Lo que sucedió luego en el vuelo 4-5-1 La Paz - Santiago es difícil de precisar. El cuadro, sin duda, fue dantesco para quienes se vieron rodeados de mujeres, hombres y niños levantadose de sus asientos de forma espasmódica, balbuceando. Algunos con sangre en las manos tras eliminar a un numero indeterminado de pasajeros, otros ejecutando acciones triviales, pero probablemente mas necesarias, como lanzar el equipaje de mano hacia la cola del avión. Finalmente tres Divergentes se reunieron entre las filas 15 y 16. Se abrazaron y besaron en la boca uno tras otro. Sus sexos y edades no vienen el caso. Lo importante era lo funcional, la saliva químicamente marcada que de lengua en lengua era pasada y cerraba el circulo, como quien asegura el mecanismo de una bomba de tiempo.
Todo eso sucedía mientras el 737 de LAN se lanzaba en picada. Segundos antes de estrellarse, el triunvirato -Marcos Cesar incluido- había estallado, disparando desde sus entrañas y en todas direcciones 7 litros, el equivalente a 20.000 dosis, de una cadena genéticamente modificada de Machupo, el virus que hace siglos diezmó poblaciones enteras en la selva Boliviana. Solo hubo un error de calculo. La aeronave cayo a 70 km de Santiago, sobre un despoblado. Pero ya habría oportunidad de mejorar y dar en el blanco. Albatros -el termino operativo para un potencial Divergente- sobraban y el dinero fluía como desde la tierra misma, a boca de pozo.
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