viernes, diciembre 22, 2006
lanzado al mundo a las 2:33 p. m.

El mensaje


Sin nada mas que hacer, y aburrido de las conjeturas que emergían de su curiosidad trágica, Jo se puso a mirar por el ventanal oriente de su oficina. Observo con detención el extraño cielo despejado de tonalidades celestes, de tinta grisazulada. Lo sorprendió mirar por primera vez el paisaje común y ordinario de siempre como un cuadro nuevo, recién estrenado. Se sentó lentamente en el borde del escritorio y colgó el teléfono que aun repetía la grabación. Sus ojos, mas bien sus párpados, se concentraron en una montaña nevada. A sus pies, un bosque. Se imaginaba –o soñaba- en el, oliendo la tierra mojada. Era un espacio abierto, como una plaza, pero sin gente, sin multitudes. Su sombra santiaguina fundida, como vapor de agua, caminaba con los sentidos desnudos y colmada de silencio. Entre las hojas, que parecían caer con calma centenaria, derrepente se coló un rumor musical de tonos purpúreos. Guiado como por sirenas, navego por entre los canelos y se encontró con nueve Alicias. Las niñas, vestidas en blanco y rosa, jugaban dando vueltas alrededor de una Alicia ausente. Mas que cantar susurraban ruiditos como arpegios y formaban un circulo perfecto que incluía a la niña faltante, la No-Alicia. Cada seis segundos sonreían y se reordenaban para quedar denuevo tomadas de la mano. Una y otra vez.

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